domingo, 11 de enero de 2015
El Escudo de Roble
Yacía tendido contra la pared de aquella estructura de piedra demolida mientras miraba con tristeza el estado en el que se encontraba su fiel escudo de roble. Su refugio temporal, una antigua torre vigía, le serviría para recobrar el aliento y sanar sus heridas. Caía el atardecer y con ella la claridad que otorgaba el panorama de aquella torre solitaria ubicada entre las cumbres cubiertas por una espesa nieve.
Presionaba su herida más profunda con una mezcla de tristeza e ira... aquel combate, del que apenas salió con vida, no podría considerarse una victoria, ya que hoy, su escudo terminó por ceder ante aquel impacto certero. Más duro que una piedra, con un diseño elegante y bello, aquel escudo vivió un sin número de batallas, dejando sobre su superficie años de experiencia que para su usuario eran inolvidables. A pesar de su peso, resultaba versátil y eficiente al momento de un enfrentamiento, por lo que en cada combate lograba proteger por completo a aquel guerrero de armadura oxidada... sin embargo, ahora se encontraba completamente astillado, tan solo dejando trozos de madera desparramados que en su conjunto aludían a una época próspera y tranquila.
El dolor se comenzaba a hacer insoportable y los buenos recuerdos de gloria no lograban apaciguar el amargo sabor de aquel fatal evento.
Un sentimiento de vulnerabilidad se apoderó de su corazón a medida que las llamas de la hoguera se tornaban cada vez más débiles, al mismo tiempo que el calor abandonaba su cuerpo... cerró los ojos un momento y se dejó acoger por la oscuridad de la noche.
"¿Acaso este es el final?"
"No... no lo es..."
"Sería todo en vano..."
Abrió lentamente sus ojos y vio cómo la última llama de su hoguera luchaba contra la ventisca por mantenerse con vida.
"Aún no..."
Observó por última vez su escudo de roble al mismo tiempo que dejaba caer un destello por su rostro. Tomó uno de los grandes trozos que se encontraban en el suelo y lo guardó con cariño, mientras que el resto de los trozos astillados fueron colocados con delicadeza en la hoguera... uno por uno... encendiéndola nuevamente con mayor fuerza, iluminando completamente la pequeña habitación de la torre y envolviendo con su calor a aquella alma agotada, apaciguando levemente su dolor.
Limpió su rostro y tomó con fuerza su alabarda para luego tratar de incorporarse lentamente... a su ritmo...
Seguiría su camino, siempre hacia lo alto de las montañas, donde la tranquilidad le sería otorgada algún día.
Sus batallas ya no serían tan fáciles, ya que ahora la experiencia se vería reflejada en él mismo... en su propia piel.
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